hirviendo que caliente mis manos congeladas y un pastel que endulce este día de teórico descanso, conviene reflexionar sobre mi vida, lo que viene y lo que podría ser.
Y simplemente comenzando a hablar las ideas empiezan a fluir y a revelar. Las familias con niños envueltos en gorros y bufandas de lana siguen pasando.
Estamos enjaulados, encarcelados, encerrados, atados, enclaustrados. Somos unos jóvenes que su país, España, no les brinda una oportunidad, preguntándose día tras día por qué no nos titulamos unos años antes, o quizás otros tantos después, por qué caímos en el hoyo.
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Y me hago estas preguntas mientras me arde el pecho por todo lo que tengo dentro de mí, todos los conocimientos adquiridos, la ilusión y esfuerzo depositado. Todo aguarda dentro, esperando poder ser gritado, bombardeado allende los mares.
Todo mientras vemos como nuestros padres consumidos por las preocupaciones económicas envejecen día tras día a pasos agigantados. Cada día se echan las manos a la cara y suspiran en silencio. Creo que en cada suspiro se les escapa un soplo de vida ¿Cómo ayudarles?
Me levanto y camino plaza tras plaza. Me adentro en los callejones, la voz de los villancicos va disminuyendo hasta que solo quedo yo. Y regreso a casa.