Mis trabajos

Mi nombre es Miriam Fernández y soy Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla y especializada en comunicación corporativa.

Máster de Gestión Estratégica e Innovación en Comunicación.

Solo trato de hacer de la vida un viaje y del viaje la vida.
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lunes, 2 de diciembre de 2013

Pájaros enjaulados

Una tarde de domingo entre luces navideñas y altavoces en las esquinas que emanan villancicos, con un café
hirviendo que caliente mis manos congeladas y un pastel que endulce este día de teórico descanso, conviene reflexionar sobre mi vida, lo que viene y lo que podría ser.

Y simplemente comenzando a hablar las ideas empiezan a fluir y a revelar. Las familias con niños envueltos en gorros y bufandas de lana siguen pasando.

Estamos enjaulados, encarcelados, encerrados, atados, enclaustrados. Somos unos jóvenes que su país, España, no les brinda una oportunidad, preguntándose día tras día por qué no nos titulamos unos años antes, o quizás otros tantos después, por qué caímos en el hoyo.

Y cierto es, el mundo no se acaba en España. Qué daríamos muchos por marchar allí donde pudiéramos ejercer. Allí donde pudiésemos labrarnos un futuro. Pero, ¿quién familia puede afrontar los gastos que conlleva empezar una vida en otro país? ¿Quién puede siquiera permitirse pagar un vuelo a América o vivir unos meses en la adinerada Inglaterra? ¿Cómo proponer a unos padres temerosos y prudentes una inversión inicial en un futuro incierto?

Y me hago estas preguntas mientras me arde el pecho por todo lo que tengo dentro de mí, todos los conocimientos adquiridos, la ilusión y esfuerzo depositado. Todo aguarda dentro, esperando poder ser gritado, bombardeado allende los mares.

Todo mientras vemos como nuestros padres consumidos por las preocupaciones económicas envejecen día tras día a pasos agigantados. Cada día se echan las manos a la cara y suspiran en silencio. Creo que en cada suspiro se les escapa un soplo de vida ¿Cómo ayudarles?

Me levanto y camino plaza tras plaza. Me adentro en los callejones, la voz de los villancicos va disminuyendo hasta que solo quedo yo. Y regreso a casa.

lunes, 21 de febrero de 2011

Anoche soñé con regresar...

Anoche volví a sentarme en el autobús número 24 y volví a recorrer las calles de Londres. Me gustaba sentarme en la planta de arriba, justo de cara al cristal de delante, me agarraba a la barandilla y sólo miraba y miraba. Cada nueva curva, nuevo semáforo me descubría un escenario aún más increíble que el anterior. La ciudad más fascinante que he visto en mi vida.
Anoche volví a sentir el suelo mojado en la suela de mis zapatos y en la cara el aire húmedo y fresco. Volví a verme en la Abadía de Westminster, observando cada detalle del Big Ben y sumergiéndome en un profundo y azul Támesis. Sentí el aroma de los pollos asados de China Town, el olor a antigüedades y flores del mercadillo de Portobello combinado con intentos de chorizo y paella española.  Anoche volví a pararme en los espectaculares escaparates de las tiendas de Oxford Street y a sentarme en la fuente de Picadilly Circus rodeada de luces de colores. De nuevo me atreví a entrar en los lujosos Harrods, con sus carísimos zapatos, sucia y después de un día de dura caminata.
Volví a ver las momias y el Panteón del British Museum y las obras de arte del National Gallery. Sentí otra vez, los rayos del sol mientras hacía picknic en Hyde Park de cara al lago repleto de patos. También noté ese cosquilleo cuando pisé Candem Town donde me sentía un bicho raro rodeada de heavys y punkis. Y las noches…noches de pubs, discotecas, de musicales… Volví a bailar el aserejé con los chinos en Yates, volví a cantar flamenco en la puerta del Walkabout rodeada de ingleses coreando, volví a beber litros y litros de cerveza sin importar el después.
Recordé esa sensación de libertad, de vida, que hacía muchos años que no sentía. Sentí la sensación de no querer parar en casa ni un minuto, sino de correr, de explorar sin parar cada rincón de esa ciudad. Cada edificio, cada monumento, cada plaza…parecía hablar por sí solo, desprendían un pedazo de la historia de ese país. Un lugar donde la gente pasea, disfruta, donde se respira armonía y progreso…una ciudad cosmopolita donde no hay razas, donde todos los estilos y culturas conviven. Una ciudad donde descubrí que a pesar del rollo que parecía el inglés en el colegio puede resultar de lo más divertido, y que la gente a pesar de su fama de estirada y sería es abierta y divertida. Me volví a reencontrar con las personas que conocí en aquel viaje de las más diversas nacionalidades, chinos, italianos, españoles de diferentes regiones, argentinos, norteamericanos, por supuesto ingleses…aprendí a compartir, a conocer a gente estupenda en un contexto totalmente diferente a la rutina. Me conocí más a mí misma, disfruté como nunca y aprendí que ni el idioma ni el origen es un impedimento para relacionarse y divertirse con las personas. Gente con las que compartí risas, pensamientos e inquietudes, que mostraron su amabilidad y amistad en apenas 3 semanas y que nunca podré olvidar.
Aprendí en apenas segundos a adaptarme a la vida londinense, su comida, sus horarios, sus costumbres, su orden en todas las cosas. Todo, absolutamente todo, era muy distinto a lo que yo había conocido, pero todo tenía un encanto especial.
Los últimos días, anduve hacia la colina de Canden Town. Los rumores decían que era un lugar donde iban los enamorados, o los bohemios a tocar la guitarra o relajarse. Era una colina desde donde se veía todo Londres. Allí me senté en un banco, en silencio…sabía que nos quedaba poco tiempo, que todo aquello en breve se esfumaría. Mi día a día en España me llamaba y no podía apartarlo de un manotazo. Era como una Cenicienta que sabía que le iban a dar las doce.
Y volví a montarme en aquel tren que me llevaría directa a casa, entre lágrimas y cargada de maletas, más llenas de recuerdos que de equipaje. Pero cuando estuvo a punto de ponerse en marcha hice lo que me pedía el alma. Salté.
Más tarde desperté…y otra vez ese vacío…
Londres

domingo, 19 de septiembre de 2010

LA GENTE DE PUEBLO

Desde que emigré a Sevilla hace 3 años para estudiar peridismo, en la Facultad siempre ha habido distinción entre "los de pueblo" y "los de ciudad". A los primeros se les considera de un rango inferior, se les llaman "los pueblerinos" o "los catetos", mientras que los segundos son la gente "cool" porque son de ciudad. Quizás ninguno de ellos sepa lo que se han perdido al no crecer en un pueblecito.
Yo no iba a comprar al Carrefour o al Lidl agarrada al carro de mi madre para no perderme, mi madre me encargaba ir a comprar pescado a "lo de Fina", sábanas a lo de "Paco el maricón" o el periódico a lo de "El Arroyito". Por las mañanas, no iba al cole en autobús, ni tenía que esperar filas de tráfico, iba andando con mis compañeros. Por las tardes, no estábamos encerrados viendo la televisión o jugando a videojuegos, podíamos jugar y jugar por las calles sin peligros ni de coches, ni de perdernos...conocíamos el pueblo y a sus vecinos perfectamente.
Compartíamos más tiempo con nuestros amiguitos del colegio, corriendo hasta rompernos los pantalones o llenarnos de barro hasta las cejas. Podía verlos cuando quisiese, sin preocuparme que mi amiga viviese en el norte de la ciudad y yo en el sur.
Si nuestros padres querían que regresáramos a casa, no hacia falta un teléfono móvil, o que nos recogiesen en coche, bastaba con una voz por la ventana.
Con mis amigos del pueblo, he estado desde la guardería, hasta bachillerato y hoy aunque unos estudien en Madrid, Cádiz o Sevilla siguen siendo mis amigos de toda la vida. Nuestros padres también son amigos.
Disfrutábamos del campo, el sol, los animales...éramos más niños.
Y aunque llega el momento de emigrar para buscar oportunidades, siempre nos quedará volver. Volver a sentir el aire fresco y limpio a las nueve de la mañana, el olor del pan de horno recién hecho. Reencontrarnos con los kioskeros, los comerciantes. Sentarnos en el bar de siempre donde siguen los mismos camareros a quien puedes gritar con toda confianza: "¡Alfonso!, dale una patadita al olivo..." que significa que te traiga un plato de aceitunas.
Ver como nuestros abuelos siguen criando a sus animales como cuando eran niños, volver a disfrutar del sol en el parque, de dar un paseo por el campo...en definitiva volver. Volver a ser más libres.


  Dedicado a Alcalá de los Gazules, el pueblo que me vio crecer

viernes, 17 de septiembre de 2010

PROSTITUCIÓN LEGALIZADA

En un lugar de la literatura española de cuyo nombre nadie se acuerda, han quedado relegadas la imaginación y el talento de autores que marcaron un antes y un después. Sellaron la vida de millones de cabezas pensantes que un día decidieron formar parte de  una experiencia plasmada en un papel. Nuevos horizontes y expectativas se abrieron, y los acompañaron el resto de su viaje.
Desde el último tercio del siglo XX, la literatura española se ha convertido en un auténtico coto empresarial. El productor no es sólo el autor, sino agencias editoriales que lo convierten en un mercader necesitado de reconocimiento mediático. La propia editorial impone al escritor una línea, un tema o una marca y éste prostituye sus aptitudes, en pro de notoriedad y beneficio económico. La calidad ha perdido importancia, hoy en día el más famoso es el que gana más dinero, no el que mejor escribe. La censura es el mercado.
Antes, a través de la literatura se buscaban respuestas para comprender el mundo. Ahora todo está sometido a la industria del ocio. Los escritores se convierten por tanto, en animadores culturales y pluriempleados intelectuales.
Vivimos en una sociedad de “pan y circo” donde se crean productos más accesibles y menos literarios. La idiosincrasia de los literatos ha disminuido, desembocando en una democratización del conocimiento.
Nada diferencia un libro de la canción del verano, son sendas composiciones de carácter efímero. Escuchamos y bailamos la canción del verano porque es lo que promocionan y lo que está de moda, al igual que compramos y leemos un libro que ha recibido un premio importante. Ambas durarán muy pocos años o meses, quedando atrás las grandes obras que permanecen a lo largo del tiempo. Es la efectividad lo que interesa, no la obra en sí.
Más allá de todo este panorama que nos venden, es la sociedad la que debe buscar un interés fuera de las líneas editoriales preestablecidas. Somos muy sensibles a las campañas publicitarias, nos dejamos guiar por las marcas “de moda”. La consecuencia es un público de masas que se ha extendido en cantidad, pero no en calidad.
Con la lectura fuimos capaces de desarrollar un pensamiento crítico que nos engrandecía como personas. Sin embargo, ese conocimiento se ha visto dañado por un mundo cada vez más digitalizado en el que todo es más fácil y simplemente nos sentamos a esperar a que nos lo den todo hecho. El empobrecimiento cultural y los cánones marcados nos convierten en animales de rebaño.
A causa de todo esto la literatura ha caído en una enfermedad terminal, por lo que dejó hecho su testamento rogando el resurgir del amor por la lectura de siempre, aquella que marcó un antes y un después.
Antes de morir le dijo a su creador que, por favor, no se rebajara a un hombre que vendiera su cuerpo ya que le acabaría llevando a la ignorancia. Tras esta confesión, la buena literatura falleció.